Si pones atención, si
callas un poco y no te dejas llevar por la imaginación, durante las madrugadas
puedes escuchar los lamentos de Dios. Suenan como una gaita acelerada que se
sintoniza, más bien, algo así como una canción de festejo.
Los enemigos del estado aún no han terminado
con él.
El sexo frío y auto
suficiente que dicta el hambre de los pueblos, dando las mordidas en forma de
noticias, lamer, notar, percatarse y hablar de más. Los desobedientes nos
sentamos y observamos a los que luchan obedeciendo siempre a alguien. Sin
importar la bandera, la creencia, el odio o la paz, siempre obedecen a alguien.
Devuelve el yunque la
mortuoria frialdad de la conservación del todo.
Seremos lastres hasta
el final de la comida: nuestra última cena será un leopardo a la campirana.
La sangre fresca escurriendo por nuestras
mejillas.
Nos alimentaremos de
él, ciudades enteras.
Las bestias al pié
del cañón se tocan el corazón y compran el tiempo restante.
Una sabana cubierta
de nieve son sus cabezas. Una cruz con Cristo crucificando a alguien más, es su
moral.
Muchas veces no me
gusta lo que veo.
Muchas veces pienso
que podría hacerlo mejor.
La idea no está tan
mal, excepto que los tendones se tensan como arpa y los dedos se entumen hacia
adentro retorciéndose en orgasmos dactilares.
Nunca llego demasiado
lejos, ni juzgo, ni peleo. Sólo me divierto mientras el alma me da cosquillas.
Busco a alguien que
manifieste la belleza en mi cabeza y a veces nos acercamos un poco a la
perfección de una idea pura, pero eso no siempre pasa.
Una mosca observa la
aparición de las vocales y las sílabas. Se acerca y bebe de ellas.
Al sentir el amargo
sabor vuela derrapando hacia otro lugar.
Da una vuelta de
confusión y regresa a beber de las letras que se han secado. Ó a leer toda esta
letanía.
Luego se para en mi nariz
y me pregunta si soy yo el que ha escrito esto.
Le digo que no con la
cabeza.
Ella me sonríe y me
guiña sus 1000 ojos.
Al menos tengo
público esta noche.
Los terratenientes y
usureros se han apropiado de las nubes.
Piensan cultivar cabezas de ángeles para poblar
de nuevo el paraíso a la vieja usanza.
NO lo recuerdo muy
bien.
Yo no soy el asesino.
Las voces que cantan
por las mañanas repiten siempre el mismo himno hasta que despiertan a los
trabajadores de sus sueños.
La máquina me dictó
esta historia cuando la abandoné para describir su errático funcionamiento. Al
darme cuenta, me había vuelto su mano derecha.
Un escritor se ha
manifestado en la habitación y para nada soy yo. Me faltan muchas palizas y
noches de insomnio y pobreza para siquiera revelar que escribo.
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