jueves, 29 de noviembre de 2012

07/07/08 2:40 a.m.


Si pones atención, si callas un poco y no te dejas llevar por la imaginación, durante las madrugadas puedes escuchar los lamentos de Dios. Suenan como una gaita acelerada que se sintoniza, más bien, algo así como una canción de festejo.

 Los enemigos del estado aún no han terminado con él.

El sexo frío y auto suficiente que dicta el hambre de los pueblos, dando las mordidas en forma de noticias, lamer, notar, percatarse y hablar de más. Los desobedientes nos sentamos y observamos a los que luchan obedeciendo siempre a alguien. Sin importar la bandera, la creencia, el odio o la paz, siempre obedecen a alguien.

Devuelve el yunque la mortuoria frialdad de la conservación del todo.

Seremos lastres hasta el final de la comida: nuestra última cena será un leopardo a la campirana.

 La sangre fresca escurriendo por nuestras mejillas.

Nos alimentaremos de él, ciudades enteras.

Las bestias al pié del cañón se tocan el corazón y compran el tiempo restante.
Una sabana cubierta de nieve son sus cabezas. Una cruz con Cristo crucificando a alguien más, es su moral.
Muchas veces no me gusta lo que veo.
Muchas veces pienso que podría hacerlo mejor.

La idea no está tan mal, excepto que los tendones se tensan como arpa y los dedos se entumen hacia adentro retorciéndose en orgasmos dactilares.

Nunca llego demasiado lejos, ni juzgo, ni peleo. Sólo me divierto mientras el alma me da cosquillas.

Busco a alguien que manifieste la belleza en mi cabeza y a veces nos acercamos un poco a la perfección de una idea pura, pero eso no siempre pasa.

Una mosca observa la aparición de las vocales y las sílabas. Se acerca y bebe de ellas.

Al sentir el amargo sabor vuela derrapando hacia otro lugar.

Da una vuelta de confusión y regresa a beber de las letras que se han secado. Ó a leer toda esta letanía.

Luego se para en mi nariz y me pregunta si soy yo el que ha escrito esto.

Le digo que no con la cabeza.
Ella me sonríe y me guiña sus 1000 ojos.

Al menos tengo público esta noche.

Los terratenientes y usureros se han apropiado de las nubes.

 Piensan cultivar cabezas de ángeles para poblar de nuevo el paraíso a la vieja usanza.

NO lo recuerdo muy bien.

Yo no soy el asesino.

Las voces que cantan por las mañanas repiten siempre el mismo himno hasta que despiertan a los trabajadores de sus sueños.

La máquina me dictó esta historia cuando la abandoné para describir su errático funcionamiento. Al darme cuenta, me había vuelto su mano derecha.

Un escritor se ha manifestado en la habitación y para nada soy yo. Me faltan muchas palizas y noches de insomnio y pobreza para siquiera revelar que escribo.

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