Ayudar a mi padre no
está mal. Un mensajero que recorre a diario las roídas calles de esta su
majestad la Babilonia.
Él es un tipo amable que encaja en el mundo por su educación y sus maldiciones
cuando son necesarias.
Se adelanta con paso
seguro y atraviesa la puerta de giratoria y dice: “Buenos días señorita
Liliana, vengo a ver a Fulano Letal” Y ella con una sonrisa le pide una
identificación para poder dale acceso. Y es aquí donde empieza el baile de la
corporativa, con sus hombres corporativos, sus zapatos corporativos, brillando
sobre el suelo corporativo de su enorme edificio corporativo que está postrado en
una zona exclusiva corporativa con horarios corporativos y tacones corporativos
y culos firmes de mujeres corporativas que fuman sus cigarros corporativos en
las zonas de fumar corporativas mientras charlan con sus compañeros
corporativos que huelen a loción corporativa y atienden sus celulares
corporativos para saber que pasa en otras corporativas que albergan trajes
sastre corporativos postrados en voluminosas mujeres corporativas que abren sus
apestosas bocas corporativas para gritarle un sujeto corporativo que su café no
está corporativamente preparado. El ascensor corporativo llega para elevar las
mentes corporativas hasta sus sitios corporativos. Al entrar, un corporativo
“Buenos días”, al salir, un corporativo “Que tenga buena tarde”.
Es
un hecho curioso, pero cierto. Yo estuve ahí.
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