jueves, 29 de noviembre de 2012

23/07/08 2:07 a.m.


¿Por qué habría de pedirle perdón a las estrellas si se agotarán y morirán apagadas por el escupitajo de misiles enviados desde este cuarto? ¿Por qué debería pensar en ser considerado con dios o con el mendigo, si son ellos los que me tienen en la situación de estar en medio?

Esto se mueve lento y parece ser la única forma.

Tal vez sea una excusa para montar en cólera y quejarse hasta de que no haya quejas.

Cuando las cosas se estancan y muestran su pálido brillo, me da gusto ser un mierda, principalmente con la gente que conozco. Sé que ellos agacharán la cabeza o se comportarán con apatía. Son mis indicadores, mis velocímetros; mi forma de darme cuenta hasta dónde estoy llegando. Por lo regular me mantengo cerca del límite.

El viernes usé una camisa y agua de colonia y salí a un restaurante de solteronas donde sonrisas llenas de perlas amarillentas, producto de la nicotina, sonríen buscando machos. Sementales que den un buen rato a su interior. Inmediatamente fui a la barra y me empujé dos rones con coca, una cerveza y un whisky. Del otro lado estaba la calle que me esperaba amenazante para abrocharme a su pecho. El humo se acumuló y me aburrí de la situación, así que decidí dejar de imaginar cosas. Comí las sobras de una mesa y me largué. Salí disparado hacia la noche como un loco sin cura que aborda el interior de un cañón sin un casco puesto.

La sangre y el control del cinismo puro de la verdad que habita en los huesos y se alimenta del pensamiento que va camino a hacer lo correcto. Como una ola que tropieza con la marea mientras transporta al náufrago que no sabe cómo salir a flote. Él es el mensaje dentro de la botella. Él es el capitán del barco que se hundió. Él es el pirata y colonizador que aplastó a quien solías ser. Si quieres creerme… si no, has lo que quieras…

Muchas veces este oficio se vuelve difícil. Es duro. Antes añoraba este horario en lugar de mi medio tiempo de 6 de la mañana a 1 de la tarde. Increíble que sea yo quien dice esto. Las madrugadas se esparcen como cenizas en la garganta provocando dolor púrpura de células cambiantes.

¿Qué hace un hombre que posee al tiempo y no el tiempo a él?

 Por lo regular camina con pasos cortos por el pasillo de un manicomio que los otros no ven. Sus cuidadosos traspiés no llaman la atención. La ternura y violencia de su perdida cordura vaga como gas letal en la antesala de la muerte. Pero el sólo grita dentro de si: “Sigue, sigue, se tú, sigue…”

Y allá va a jugar sus cartas en una mesa cuyos contrincantes son sólo fantasmas, sus mejores amigos. Fuman hasta entrada la noche hasta que renace de entre la catástrofe el as de espadas que le devuelve la fe a su mirada. Y chilla de felicidad. Voltea la mesa y estrella botellas contra la pared. Enciende las cortinas y dispara a las cabezas huecas de sus compañeros. Las balas no manchan, ellos sonríen y beben de las botellas que no han sido destrozadas. Encuentra el mazo que esconde para ocasiones como ésta y pedazo a pedazo tumba las paredes para que a todos les de una baño de luna. Su mirada perdida localiza su auto y se abalanza contra él. Tendrá que regresar caminando.

La historia de la noche es tan larga que nadie la conoce del todo.

 Un día nació y empezó la batalla. Sin embargo nadie creyó que fuera tan constante, tan sangrienta, tan necesaria. A esta tierra venimos a sufrir por estaciones. El clima cambia el júbilo en los corazones de la humanidad mientras transistores manejan la mente y el alma de nuestros niños, de nuestros padres, de nosotros mismos. La insatisfacción perdurará hasta el último amanecer que se presencie sobre este manto azul donde la vida es el misterio y el enigma es para qué seguir aquí.

Los jueces se abalanzan como los jinetes del Apocalipsis reinventando las míticas y sanguinarias guerras. El se posa en el trono de la inconsistencia y la reunión se da antes de que todos juntos partan hacia el horizonte de más de 60 millones de años. Locuras llevadas a cero dentro de la mente de un excavador lúgubre y sonriente. Los soldados se arrastran en el gozo de los colores provocados por el soma que administra la palpitante multitud que levanta su propio cadáver para llevarlo a cuestas. La esperanza nos ha alcanzado, ahora caminamos hombro con hombro y compartimos la comida, como si fuera necesaria ahora.

Nunca más nuestros pasos serán a dispar. Nunca más nuestra música será disonante. Nunca más nuestro dios será despiadado. Nadie llora aquí, porque nadie sufre de despojo. No más compasión ni ira que nos galope. La lluvia pringa de vez en cuando, los mares se han ido para siempre. Al fin estamos muertos.

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