¿Por qué habría de
pedirle perdón a las estrellas si se agotarán y morirán apagadas por el
escupitajo de misiles enviados desde este cuarto? ¿Por qué debería pensar en
ser considerado con dios o con el mendigo, si son ellos los que me tienen en la
situación de estar en medio?
Esto se mueve lento y
parece ser la única forma.
Tal vez sea una
excusa para montar en cólera y quejarse hasta de que no haya quejas.
Cuando las cosas se
estancan y muestran su pálido brillo, me da gusto ser un mierda, principalmente
con la gente que conozco. Sé que ellos agacharán la cabeza o se comportarán con
apatía. Son mis indicadores, mis velocímetros; mi forma de darme cuenta hasta
dónde estoy llegando. Por lo regular me mantengo cerca del límite.
El viernes usé una
camisa y agua de colonia y salí a un restaurante de solteronas donde sonrisas
llenas de perlas amarillentas, producto de la nicotina, sonríen buscando machos.
Sementales que den un buen rato a su interior. Inmediatamente fui a la barra y
me empujé dos rones con coca, una cerveza y un whisky. Del otro lado estaba la
calle que me esperaba amenazante para abrocharme a su pecho. El humo se acumuló
y me aburrí de la situación, así que decidí dejar de imaginar cosas. Comí las
sobras de una mesa y me largué. Salí disparado hacia la noche como un loco sin
cura que aborda el interior de un cañón sin un casco puesto.
La sangre y el
control del cinismo puro de la verdad que habita en los huesos y se alimenta
del pensamiento que va camino a hacer lo correcto. Como una ola que tropieza
con la marea mientras transporta al náufrago que no sabe cómo salir a flote. Él
es el mensaje dentro de la botella. Él es el capitán del barco que se hundió. Él
es el pirata y colonizador que aplastó a quien solías ser. Si quieres creerme… si
no, has lo que quieras…
Muchas veces este
oficio se vuelve difícil. Es duro. Antes añoraba este horario en lugar de mi
medio tiempo de 6 de la mañana a 1 de la tarde. Increíble que sea yo quien dice
esto. Las madrugadas se esparcen como cenizas en la garganta provocando dolor
púrpura de células cambiantes.
¿Qué hace un hombre
que posee al tiempo y no el tiempo a él?
Por lo regular camina con pasos cortos por el
pasillo de un manicomio que los otros no ven. Sus cuidadosos traspiés no llaman
la atención. La ternura y violencia de su perdida cordura vaga como gas letal
en la antesala de la muerte. Pero el sólo grita dentro de si: “Sigue, sigue, se
tú, sigue…”
Y allá va a jugar sus
cartas en una mesa cuyos contrincantes son sólo fantasmas, sus mejores amigos.
Fuman hasta entrada la noche hasta que renace de entre la catástrofe el as de
espadas que le devuelve la fe a su mirada. Y chilla de felicidad. Voltea la
mesa y estrella botellas contra la pared. Enciende las cortinas y dispara a las
cabezas huecas de sus compañeros. Las balas no manchan, ellos sonríen y beben
de las botellas que no han sido destrozadas. Encuentra el mazo que esconde para
ocasiones como ésta y pedazo a pedazo tumba las paredes para que a todos les de
una baño de luna. Su mirada perdida localiza su auto y se abalanza contra él.
Tendrá que regresar caminando.
La historia de la
noche es tan larga que nadie la conoce del todo.
Un día nació y empezó la batalla. Sin embargo
nadie creyó que fuera tan constante, tan sangrienta, tan necesaria. A esta
tierra venimos a sufrir por estaciones. El clima cambia el júbilo en los
corazones de la humanidad mientras transistores manejan la mente y el alma de
nuestros niños, de nuestros padres, de nosotros mismos. La insatisfacción
perdurará hasta el último amanecer que se presencie sobre este manto azul donde
la vida es el misterio y el enigma es para qué seguir aquí.
Los jueces se
abalanzan como los jinetes del Apocalipsis reinventando las míticas y
sanguinarias guerras. El se posa en el trono de la inconsistencia y la reunión
se da antes de que todos juntos partan hacia el horizonte de más de 60 millones
de años. Locuras llevadas a cero dentro de la mente de un excavador lúgubre y
sonriente. Los soldados se arrastran en el gozo de los colores provocados por
el soma que administra la palpitante multitud que levanta su propio cadáver
para llevarlo a cuestas. La esperanza nos ha alcanzado, ahora caminamos hombro
con hombro y compartimos la comida, como si fuera necesaria ahora.
Nunca más nuestros
pasos serán a dispar. Nunca más nuestra música será disonante. Nunca más
nuestro dios será despiadado. Nadie llora aquí, porque nadie sufre de despojo.
No más compasión ni ira que nos galope. La lluvia pringa de vez en cuando, los
mares se han ido para siempre. Al fin estamos muertos.
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